30 de juny del 2016

PERSEVERANCIA

Clàudia Masalías
3rC ESO

Había una vez un niño muy corriente. No sacaba ni muy buenas ni malas notas ni tampoco se le conocía por ser un gamberro y ni mucho menos por ser antisocial, es decir, su carácter era normal y corriente.

Pasaron los años y fue a la universidad donde conoció a una chica igual que él, su media naranja, y como debéis suponer cuando los dos acabaron la universidad, se casaron y encontraron un trabajo ideal no muy lejos de su nueva casa de recién casados. Entonces llegó el día en que decidieron tener hijos. La señora Normal primero tuvo una preciosa hija que recibió un hermanito dos escasos años después. Con el tiempo, la vida de los pequeños se convirtió en una copia de la de sus padres, tal como se esperaba de ellos.

Y así entraron en la tranquila edad dorada, el matrimonio llegó a una etapa de su vida muy monótona y simple, su única diversión era jugar a la primitiva y ver "Cine de barrio" en el canal la 1 los sábados por la tarde. Cuando una tarde de un día cualquiera inesperadamente le tocó la primitiva al señor Normal. En ese instante supo que su vida iba a dar un cambio brusco. La normalidad y tranquilidad de su vida anterior se cambiarían por el frenesí y la ambición.

Llegó a casa e inmediatamente se lo contó a la señora Normal que propuso comprarse una casita junto a la playa para pasar el resto de sus vidas -siguiendo su irónica costumbre de ser la mismísima personificación del cliché de la tercera edad-. Sin embargo su marido había cambiado su forma de enfrentarse a la vida, no sabía por qué no tenía la misma opinión que su esposa pero de lo que sí que estaba seguro era que algo dentro de él había cambiado, y ese algo se expandiría por todo su ser hasta convertirle en un hombre totalmente distinto .Y es que el señor Normal se conocía muy bien a si mismo.

No se lo pensó dos veces: hizo la maleta, se vistió de traje y le contó a su mujer su nueva perspectiva sobre la vida a lo que ella respondió con una sonrisa y una breve frase «Sé feliz y vuelve pronto a casa». Entonces el señor Normal, confundido por la poca sorpresa que despertó su repentino cambio en su mujer, salió por la puerta con una sonrisa amarga en la cara pero con la certeza de que iba a hacer algo importante con su vida. Y es que su mujer sólo quería que él fuera feliz, por eso le despidió brevemente sin hacer muchas preguntas. Desorientada, no sabía que hacer ni cómo adaptarse a esta nueva vida, entonces llamó a sus hijos y les contó todo, ellos se quedaron atónitos pero después de reflexionar durante unos minutos decidieron que lo mejor que podían hacer era seguir con su vida y hacer como su marido, seguir su instinto.

El anciano cogió el primer vuelo disponible y se subió al avión sin ni siquiera percatarse del destino de este. Cuando estaba de camino a su destino se dio cuenta de que no había planeado nada de todo su viaje, ni el tiempo que transcurriría viajando ni qué haría en el viaje, pero por primera vez en toda su vida no le importaba no tenerlo todo controlado hasta el último detalle -dado que el señor Normal tenía una enfermiza obsesión con el orden y la puntualidad-, y eso le hizo inmensamente feliz pero lamentablemente, su conciencia no opinaba lo mismo. Así que empezó a preguntarse cuánto tiempo duraría su viaje, si se preocuparían por su seguridad su familia y si todo eso era una mala opción y no salía como él esperaba. Entonces en medio del avión chilló: «¡Punto!». No iba a arruinarse esta experiencia por preguntas de las cuales ya sabía la respuesta, entonces hizo un plan: primero le mandaría una carta a su esposa contándole que estaba bien y que volvería sano y salvo al cabo de exactamente tres años, ni un día más ni un día menos, los justos para disfrutar del momento sin preocuparse por el tiempo. Seguidamente se prometería a si mismo vivir cada día como si fuera el último para aprovechar cada momento y cumplir la primera promesa de llegar a casa puntualmente. Después redactaría un documento que partiría el dinero del premio que ganó hacía a penas unas horas de la primitiva. Una vez acabado el plan, se abandonó al descanso y durmió plácidamente.

Cuando se despertó de su siesta y abrió los ojos no podía creerse lo que estaba observando por la ventanilla, un horizonte lleno de campos de arroz y trabajadores se extendía infinitamente sobre las tranquilas aguas. ¿Dónde se había metido?. Soltó un largo suspiro y se mentalizó de que iba a lograr sus expectativas. Lo que no sabía era cómo hacerlo. Bajó del avión con mucha seguridad y entonces fue a buscar un hotel donde alojarse, reservó su habitación y subió a su habitación a ordenarse las ideas tranquilamente. Fue entonces cuando oyó una música atrayente que sonaba en la calle, abrió la ventana y vio a miles de personas disfrutando de una fiesta hasta en ese momento desconocida para él, el año nuevo chino. No se lo pensó dos veces y bajó a la calle para sentirse uno más. Allí fue donde conoció al primero de uno de sus nuevos grandes amigos, que le harían ver de otra forma la vida y el verdadero significado de ser libre. Esa tarde fue la más emocionante de toda su vida. Además fue la primera y la última vez que vería ese hotel ya que desde que bajó por días escaleras, se despidió de sus miedos para enfrentarse a la emoción y a la libertad de no saber qué le depararía el futuro.

Pasó los siguientes días de “vacaciones" viajando por el continente asiático, estudiando un cursillo intensivo de informática en chino y trabajando para poder comer y dormir honestamente.

Así, llegó el día de coger el avión y volver a casa, pero tenía miedo de que su familia se hubiera olvidado de él, o todo lo contrario, que pensaran que él se había olvidado de ellos.

Se dio cuenta, mientras reflexionaba en el vuelo, de que durante todo su matrimonio había sido muy feliz. La rutina y la simplicidad del día a día le agradaba, pero cuando le tocó ese premio se dio cuenta de que aún le faltaban cosas por vivir. En ningún momento se había sentido insatisfecho con la vida.

Con un nudo en la garganta, bajó del avión y se encaminó a casa. Una vez allí tocó al timbre de la puerta y dibujó en su cara la más sincera de sus sonrisas. Su mujer abrió y se quedó petrificada, sabía que volvería hoy pero no se esperaba que su marido hubiera cambiado tanto, no sabía explicar por qué pero ahora era mucho más atractivo en todos los sentidos. Le recibió con un abrazo y le hizo pasar. Él, en cambio, encontraba a su esposa igual o aún más hermosa frente a sus nuevos ojos. Pasados unos minutos llegaron a casa sus hijos y sus pequeños nietos a los cuales su abuelo casi no los reconocía de lo que habían crecido durante su marcha. En ese momento, se sintió en casa, feliz por haber vivido esa aventura, en paz por la serenidad de su hogar al completo y satisfecho de sus elecciones en la vida. La familia entera se sentó y él empezó a contar la historia de su viaje mientras que su familia le escuchaba atentamente. Finalmente acabó su discurso con estas palabras: «Estoy muy orgulloso de todo lo que he hecho en la vida y eso os incluye a vosotros y es que os tengo que confesar algo, la idea más importante que he sacado de mi viaje ha sido el descubrimiento de que el secreto de la felicidad y de sentirse totalmente completo en la vida es ser perseverante, al menos una vez en la vida, perseguir vuestros sueños sin pensar, sólo sintiendo, y os aseguro de que no os arrepentiréis de nada, tan sólo vividlo.»

Y así lo hicieron, incluidos los abuelos, que convivieron juntos hasta que él murió en la cama junto con su familia y desgraciadamente muy poco después falleció su amada esposa de la misma forma que él, ya que ella misma ya vaticinaba su similar final. El mismo que el de su marido junto a sus seres queridos.

Y esta historia ya está terminada, con un final feliz y esta cita como despedida: Es que al final, no os preguntarán qué habéis sabido, sino qué habéis hecho.


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