22 de desembre del 2015

INGRID


Sergio Avellaneda
1r Batxillerat


Ingrid se quitó los guantes y los metió en la mochila procurando no manchar de sangre el suelo. Después, se levantó y cruzó el pasillo deseando no volver a ver nunca jamás a ese cadáver. El camino al baño se le hizo eterno, ya que su mente se envolvía de recuerdos cada vez que observaba cualquier rincón de la casa. Miraba a la cocina y recordaba los pasteles que cocinaba y que tanto le gustaban a Óscar, su adorable hijo. Miraba al comedor y se acordaba de las perfectas tardes de invierno que pasaba viendo la tele tapadita con una manta y bebiendo café a montones. Contemplaba la habitación de matrimonio y se le venían a la mente todas esas noches románticas junto a su marido Víctor. Sin embargo, también se acordaba de los malos momentos, como las infinitas discusiones con Víctor, discusiones que acababan con finales trágicos. Al observar el armario del recibidor se acordó de la vez en que Víctor la empujó y ella cayó al suelo y se hizo una brecha en la cabeza al chocar con la esquina del armario. Finalmente llegó al lavabo. Abrió el grifo, se quitó de las manos toda la sangre que tenía pegada y se enjuagó la cara. Se miró al espejo y se repitió unas diez veces que lo que había hecho estaba bien. Después se quedó un rato contemplando su reflejo. Ingrid era un chica delgada, bajita y muy clara de piel. En esos momentos tenía unos preciosos ojos azules llenos de miedo y lágrimas, estaba aterrorizada. Salió del baño y pasó por el comedor para llegar al recibidor. En el comedor estaba el cadáver de Víctor. Ingrid no se resistió a mirarlo y echó a llorar como nunca lo había hecho. Fue hacia él, acarició su pálida mejilla, tocó su oscuro pelo y le dio un beso que ni ella sabía claramente de que era, si de amor, desamor, despedida, o venganza. De repente una luz blanca la iluminó y un hombre con una voz grave informó a Ingrid de que la casa estaba rodeada de coches patrulla y que no intentase escapar. Era la policía. Ingrid no se sorprendió. Sabía perfectamente que en un momento u otro la cogerían.



Al cabo de media hora Ingrid estaba en comisaría sentada en una mesa, atada con esposas y un poco asustada. La habitación en la que le habían metido era muy aburrida, sin colores y un poco tétrica. En una pared había un cristal donde Ingrid podía ver a un montón de gente que analizaba y observaba la situación desde fuera. Se le hacía raro saber que justo donde ella estaba sentada en esos momentos, gente mala, muy mala, se había sentado otras veces. Nunca se había visto en situaciones semejantes. Ingrid era una mujer muy conocida en el barrio y todos los vecinos afirmaban que era una persona amable y simpática que nunca había causado ninguna molestia. En la otra punta de la mesa estaba sentado el inspector Andrés. Ingrid podía ver en su rostro a un hombre de carácter fuerte y muy antipático. Andrés empezó a plantearle una serie de preguntas e Ingrid se las fue respondiendo sin ningún problema. Como el inspector vio a Ingrid un poco más calmada le preguntó sobre la relación que tenían su marido y ella últimamente. Ella con todas sus fuerzas soltó todo lo que no hubiera podido soltar si su marido en esos momentos estuviera vivo. Por fin contaba a alguien las torturas que le hizo su marido: la maltrataba día y noche, física y sicológicamente, le obligaba a hacer lo que él quisiera, la tenía sometida, etc. Ingrid, hasta ahora, había vivido atrocidades que ninguna mujer merece sufrir. El inspector se quedó pasmado e impresionado ante lo que le había explicado, ya que éste conocía a Víctor y siempre había pensado que era muy buena persona. Óscar, el hijo, había pasado todo este tiempo en casa de su abuela porque lo último que quería Ingrid era que su hijo conviviera con ellos durante esa gran crisis. Cuando Ingrid lo soltó todo, sintió algo que hace mucho que no sentía, sintió seguridad. No se arrepintió ni mucho menos de haber matado a Víctor. Pero ahora sabía que le tocaba cumplir condena.

De camino al calabozo, Ingrid, con todas sus fuerzas, empezó a correr y se escapó de comisaría. El inspector no dio alarma de fuga, sabía que Ingrid era buena persona y tenía clarísimo que a aquella pobre mujer le tocaba vivir todo lo que no había podido vivir.

Ingrid, mientras corría con una gran sonrisa, sólo pensaba en tres cosas: en su hijo, en la libertad y en la magnífica vida que le esperaba por delante.

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